Dioses que encienden hogueras…
Saludos mágicos:
La aspiración milenaria de dominar el fuego, esencial en el día a día, fue un recurso predominante en las ceremonias religiosas de la antigüedad. Ingobernable, temible y purificador, materializaba el encuentro con los dioses. De modo que, lograr algún tipo de control y achacarlo a manifestaciones divinas, podría ser profundamente perturbador para quien lo presenciara.
Hubo efectos deslumbrantes, algunos todavía hoy practicados, como escupir fuego o andar sobre carbones ardientes. Pero, entre todo, el más famoso, el best seller de la antigüedad, fue la aparición espontánea de fuego. Lo practicaron todos, hasta prestidigitadores con la única pretensión de entretener. Pero, según los escritores antiguos, los que se lucieron hasta bordarlo fueron los dioses.
Apoteosis de Isis (Sébastien Leclerc, 1693).
Pausanias, turista y autor de la primera guía de viajes de la que hay constancia, lo presenció en vivo. En su viaje por Lidia, en la actual Turquía, conoció a varios sacerdotes de la religión de los “magos”. Ante ellos contempló encandilado un prodigio que le dejó atónito. Sucedió en el altar de uno de los templos visitados. Ya de por sí era visualmente llamativo, pues las cenizas que lo cubrían no eran grises sino de otro color (un curioso detalle de ambientación o, dado que en el ilusionismo pocos elementos son gratuitos, quizá el modo de disimular sustancias combustibles). El mago tomó madera seca, la apiló en el altar, cantó una invocación en alguna lengua extraña, y sin mediación de nada ni de nadie, sin fuego alrededor, esta prendió por sí misma y ardió con una llama resplandeciente [1].
El milagro experimentado por Pausanias no fue excepcional. Al revés, aparece como uno de los efectos más citados y antiguos. La Biblia lo menciona en varias ocasiones. Una de ellas en el libro de los reyes, en vida del rey Ajab de Israel (s. IX a. C.), proclive a los dioses paganos. Durante su reinado, el profeta Elías realizó el prodigio frente a sacerdotes adoradores del dios Baal [2].
Desafío de Elías a los sacerdotes de Baal. Fresco s. III (Sinagoga de Dura Europos, Siria)
Pausanias citó otro efecto aún más espectacular de fuego espontáneo, acaecido en Pela, la ciudad natal de Alejandro Magno. Allí, cuando Seleuco, uno de sus generales, ofreció sacrificio a Zeus, los leños parecieron aproximarse al altar y encenderse por sí mismos [3]. No explicita más, él no lo vivió. Pero que una hoguera prendiera y se moviera podía haberse sustentado en algún efecto popular, porque un acontecimiento afín ocurría en el Monte Vulcano, en Sicilia. En aquel lugar, durante los sacrificios, sarmientos ardían espontáneamente y el fuego se acercaba a los celebrantes, que podían llegar a jugar con él sin sufrir daño [4].
… cuando han echado sobre los altares las entrañas de las víctimas, si el dios comparece y acepta la ofrenda, los sarmientos empiezan a arder por sí mismos, aunque estén verdes […]. El fuego juguetea con los que participan en aquel banquete sacro, pues se prolonga en forma de sinuosas lenguas sin causar quemaduras a quienes alcanza.
Cayo Julio Solino
Hubo variantes. El poeta latino Horacio presenció un efecto de combustión a las puertas de un templo en Egnazia (Italia). El material, en esta ocasión incienso, se consumió por sí solo sin necesidad de emplear llama. Sin embargo, la reacción del escritor fue distinta. Fiel a su espíritu satírico, se guaseó de quienes, en vez de intuir en ellos causas naturales inusuales, imaginaban a los dioses en sus hogares celestiales molestándose en demostraciones baladíes [5].
El número de la generación súbita de fuego formó parte asimismo del repertorio de los magos dedicados al entretenimiento. Cratístenes de Fliunte, uno de los primeros artistas específicamente ilusionista de los que hay constancia, varios siglos anterior a nuestra era, asombraba incluyéndolo en sus funciones. No trascendió como lo representaba, pero sí que el público quedó embelesado con la espontánea aparición del fuego [6].
… Y Dioses que las apagan
Herón de Alejandría es conocido entre los amantes de la historia del ilusionismo tanto por ser el gran inventor de la antigüedad como por haber puesto su ingenio al servicio de fraudes ilusionistas en los templos paganos.
Curiosamente, ninguna de las dos afirmaciones es cierta. En lo referente a la primera, gran parte de su obra ilusionista es, sobre todo, una compilación de juegos que ya existían, la mayoría del siglo III a. C. o anterior. Una buena noticia por la antigüedad que otorga a los efectos que desvela.
Igual de equivocado es concluir que Herón se especializó en fraudes religiosos. Fue, básicamente, un gran divulgador con un amplio abanico de intereses, desde matemáticas o geodesia, a óptica o ingeniería militar. Lejos de haberse beneficiado del engaño, le debemos ser un excelente recopilador y transmisor de los avances tecnológicos de la época.
Sí es cierto que, aunque la mayoría de las ilusiones que explica pretendían entretener y sorprender, algunas, como él mismo advierte, podrían utilizarse para sobrecoger e influir en quienes no conocieran el secreto. Es, presuntamente, el caso del siguiente número, sustentado en las propiedades del aire y los líquidos, ya bien conocidas entonces y con aplicaciones ilusionistas muy logradas.
El conjunto en el que se realizaba el efecto mágico estaba formado por dos estatuas de sacerdotes, sacerdotisas o divinidades en actitud de libar (derramar líquido de un recipiente). Tenían en sus manos recipientes vacios y, entre ellos, dispuesta, se hallaba la hoguera necesaria para el rito religioso. El oficiante la encendía y realizaba el sacrificio. Es de suponer que dirigiría plegarias al dios en cuestión, rogándole aceptara la ofrenda y mostrara su satisfacción.
Y vaya que si lo hacía. De pronto, cuando el fuego de la hoguera ardía con vigor, de los cuencos vacíos, sin mediación alguna, surgía milagrosamente agua, leche o vino y caía sobre el fuego hasta apagarlo. Un efecto, limpio, visual y mágico.
Su secreto estribaba en aprovechar el calor producido por la propia hoguera. El fuego calentaba el aire de una cámara bajo el altar, que se expandía y pasaba a un depósito con agua u otro líquido situado en el interior de la base de las estatuas. El agua, vino o leche, debido a la presión del aire, ascendía por unos conductos que partían de la base del pedestal, llegaba a los cuencos de las manos, los llenaba y, al desbordarse, caían sobre la llama, apagándola. Sencillo y mágico.
Una maravillosa ilusión mágica con una interesante conclusión. El aprovechamiento de la energía térmica generada por la combustión de las ofrendas, inherentes a los sacrificios religiosos paganos, fue un inteligente recurso para realizar magia sin necesidad de un operador directo. El calor actuaba como ingeniosa mano oculta de la magia, una vez más, al servicio de los dioses
©Juan Luque 2020 (segundo extracto del libro «La mano oculta de la magia. Ilusionismo y aventura en el mundo antiguo«)
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Referencias:
- Pausanias, Descripción de Grecia, V.27,5-6
- Biblia, Libro I Reyes XVIII, 20-40
- Pausanias, Descripción de Grecia, XVI.1
- Solino, Cayo Julio, Collectanea rerum memorabilium (Colección de hechos memorables), cap. 4.23
- Horacio, Sátiras, I.5, 93-94
- Ateneo, Deipnosophistaí, I.19
5 comentarios
Precioso artículo. ¡Caray!. Vaya lujazo de información. No hay duda. Este es el Blog para disfrutar de la Historia del Ilusionismo.
Gracias por compartirla.
Genial Juan. Un trabajo muy interesante, gracias por compartirlo.
Un abrazo
Muchas gracias a ambos. La historia de la magia antigua es así, desconocida, pero impresionante en cuanto te acercas un poco a ella
[…] (1), y en varios relatos posteriores. Pero, Pausanias, con su precisa explicación, testimonió la veracidad de aquel efecto milenario […]
Muchas gracias por compartir tu cultura mágica.