Dyedi actúa para Keops
Saludos mágicos:
El relato de Dyedi es esencial para situar cronológicamente la historia de la magia como ocio. Maravillosa, y exagerada, su aventura viene descrita en el papiro Westcar, apodado así en honor a su primer propietario, Henry Westcar (1798-1868), quien lo obtuvo en una expedición a Egipto iniciada a finales de 1823.
El texto recoge cinco cuentos mágicos ambientados en el reinado del faraón Keops, mil años anterior a la redacción del papiro (c. 1600 a. C.). Sólo se conservan completos tres de ellos, uno de los cuales narra una actuación de magia.
Dyedi poseía un repertorio de los que quitaba el hipo, hasta el punto de que Keops, artífice de la Gran pirámide de Guiza, la mayor jamás construida y la más antigua de las siete maravillas del mundo, tuvo el gusto de llamarlo y disfrutarlo en palacio. El papiro explica detalladamente cómo llegó Dyedi al que, sin duda, fue el momento más importante de su carrera.
La idea de verle actuar surgió en un encuentro familiar. Los hijos de Keops, con objeto de entretener a su padre, andaban narrándole hechos fantásticos acaecidos en épocas anteriores, resueltos gracias a las habilidades mágicas de alguno de sus protagonistas. Cada suceso es uno de los cuentos que aparecen en el papiro.
Cuando le llegó el turno a Hordedef, uno de los hijos de Keops, célebre en el Egipto antiguo por su sabiduría, decidió dar un golpe de efecto.
Afirmó que los hechos rememorados por sus hermanos pertenecían al pasado y, por tanto, no había modo de ratificar su certeza. Y propuso a su padre conocer a Dyedi, un súbdito ya mayor, capaz de unir una cabeza cortada con su cuerpo; o de lograr que los leones le siguieran pacíficamente, cualidad esta que suele pasar desapercibida, pero que le convierte también en el primer domador de leones del que hay referencia.
Keops, conocido por ser el espectador más antiguo de un show de magia (también construyó la Gran pirámide de Guiza).
A semejantes habilidades, Hordedef añadió un argumento final. El anciano conocía dónde se hallaban las cámaras secretas del templo del dios Thot. El faraón las intentaba localizar para construir unas similares. Aquel razonamiento se convirtió en definitivo y Keops urgió a disfrutar de la presencia de Dyedi en palacio.
Por orden de su padre, Hordedef en persona preparó una pequeña flota y fue a buscarlo. Le localizó feliz, tumbado mientras un siervo le masajeaba la cabeza y otro los pies. Hordedef habló con Dyedi, puso a su disposición dos naves y, este, presumiblemente aturdido y emocionado por el honor, se fue de vuelta con él en compañía de familia y escritos.
Dyedi encontró expectante al faraón, dispuesto a presenciar el portentoso efecto de cortar cabezas y unirlas de nuevo. Keops propuso comenzar con un prisionero, pero Dyedi tenía principios y le rogó que no fuera sino con animales. Aceptada la petición, se inició el espectáculo.
Primero fue un ganso. La cabeza se colocó en la parte más oriental de la sala de columnas, el cuerpo en la más occidental. Después de las pertinentes palabras mágicas de Dyedi, la parte del tronco comenzó a andar, la cabeza a avanzar y, tras acoplarse ambas, el ganso graznó de nuevo.
Luego le llegó el turno a otra ave más, con el mismo resultado mágico. Y, finalmente, se atrevieron con un buey. El mago emitió las palabras mágicas y el buey se recompuso y anduvo con cuerpo y cabeza unidos. Espectacular.
Dyedi actúa ante el faraón Keops
Magic Circle de Londres, Londres. ©Nacho Ares
Dyedi continuó además con una predicción sobre el comienzo de la quinta dinastía, desarrollada en el cuento posterior. Y recibió un generoso pago por su habilidad, vivir en el palacio de Hordedef y disfrutar de una opípara ración de viandas. Estas servirían para colmar su inmenso apetito, capaz de hacerle ingerir quinientas hogazas de pan, medio buey o cien jarras de cerveza, necesidad que, de ser realmente saciada, seguro que fue también un grandioso efecto de magia…
La importancia del texto de Dyedi
Quizá Dyedi, al igual que ocurre con sus trucos, no fuera más que una ilusión. En primer lugar, porque el cuento se escribe mil años después de la época de Keops. De haber existido algún acontecimiento real que inspirara la historia descrita, el transcurso de un milenio entre los hechos y su narración evidencia la dificultad de que pudiera ajustarse a la realidad. Además, el texto de Dyedi está incluido en un compendio de leyendas fantásticas. Son relatos de ficción.
Y, a pesar de todo, es fundamental para la historia del arte ilusionista, pues la narración está centrada en la actuación de un sujeto cuyo objetivo fue, y he aquí lo enormemente revelador, entretener. Un concepto de magia como ocio similar al actual. El texto, asimismo deja entrever que un espectáculo de este tipo no era anormal en la cultura egipcia. La propuesta de contemplar la actuación de Dyedi aparece como algo corriente, citado sin más. No hay necesidad de explicar nada; el deseo de admirar las destrezas de un mago es plausible para amenizar al faraón.
En definitiva, la existencia de magos y de sus manifestaciones, con un propósito no religioso sino de distracción, no era ajena a los egipcios hace tres mil seiscientos años. O incluso más, en torno a cuatro mil años, pues, por el estilo del texto, la egiptología lo sitúa en la dinastía XII, durante el imperio Medio, pudiendo haber llegado a nosotros una versión posterior.
Existe otro elemento revelador. El efecto que se propone como realizado por el mago no es exagerado, como en el resto de los textos. Es algo que los magos sabemos que entra dentro de lo practicable. Incluso el detalle de que Dyedi solicite no realizar el efecto mágico con personas sino con animales tiene mucho sentido para un mago. Sabe que el truco no se podría efectuar con seres humanos, precisamente porque es un truco y no hay poderes reales para restaurar y resucitar a la persona. De haberlos, no existiría mayor problema en cortarle la cabeza al preso, aparte del formidable susto que se llevaría.
No sería de extrañar que el efecto mágico se basara en algún tipo de experiencia previa conocida o presenciada por quien escribió el relato. La teatralidad y estructura del juego, exponiendo cabeza y cuerpo cada uno a un lado del recinto para afianzar más la diferencia entre la situación inicial (la separación de las partes y la muerte) y la final (la reunión de ambas y la vida) refuerzan aún más esta posibilidad.
En el relato aparecen algunos detalles menores, también de interés. Dyedi es presentado por el hijo de Keops como un plebeyo, no un sacerdote, como en el resto de los cuentos del papiro. Se destaca así el carácter diferente de su número de magia, enfatizado por la actitud casi ingenua del propio faraón y de las observaciones que realiza.
Una de ellas, el deseo de presenciar el número con el prisionero, ha generado polémica. Los egiptólogos han conjeturado que fuese debida a un intento por parte del escritor de ofrecer una imagen cruel de Keops. O al revés, que quisiera expresar su magnanimidad, primero ejecutando la pena capital de la que sería acreedor el reo para, después, restituirle la vida.
¿Y si es más sencillo? Proceder como hizo el faraón cuando existe el convencimiento de que el efecto puede cumplimentarse es solo un ejemplo más de lo que los magos comprueban una y otra vez todavía en el siglo XXI: en numerosas ocasiones los potenciales espectadores, desconocedores de los límites del arte ilusionista, llevan al extremo su imaginación hasta pedir al artista la ejecución de deseos realmente impracticables.
Son escasas las reseñas conservadas de números de magia previos al período grecorromano, pero el ilusionismo no nace en un día ni es fácil de improvisar. Exige tiempo y evolución. Por la calidad del efecto descrito en el papiro de Westcar, y por la naturalidad con la que se concibe y disfruta de la actuación de Dyedi, se hace fácil postular la existencia de juegos de magia en el Egipto antiguo. Realidad que convierte la práctica del ilusionismo en un extraordinario arte de, al menos, cuatro milenios de existencia, con escasos pero muy competentes vestigios del ingenio y de la excelencia que desplegó.
©Juan Luque 2021 (Extracto del libro «La mano oculta de la magia. Ilusionismo y aventura en el mundo antiguo«)
Recuerda suscribirte al blog. Te aseguras recibir todas las entradas y, por mi parte, me comprometo a, no solo no abusar de tu confianza, sino a elaborar artículos con algún tipo de información inédita o no expresada anteriormente en el contexto de la historia del ilusionismo.
Sígueme también en Instagram. Las publicaciones en ambas redes sociales son a menudo diferentes. Hasta ahora, encontrarás en Instagram/Facebook: «La varita mágica«, «Ventriloquía» y «Antecedentes del ilusionismo«.
Pulsa aquí para obtener el texto completo del papiro de Westcar en escritura hierática y en español.
5 comentarios
Preciosa historia. Gracias por compartirla.
Me habría encantado ver la actuación de Dyedi, pero no invitarle a comer.
Un abrazo
¡Qué historia más curiosa! Me imagino al anciano Dyedi viviendo tan feliz, con su ración de masajitos diarios… Gracias.
Saludos
Interesante relato, ya nos avisarás cuando sale el libro.
Raf
Buenísimas buenas tardes Juan. Mi nombre es Santiago estoy estudiando primero de filosofía y estoy intentando realizar un trabajo teórico sobre la relación que existe entre magia y ciencia. La mayoría de archivos que he encontrado son bastante inconexos y faranduleros y, visto el amplio conocimiento que pareces poseer de la historia de la magia y el ilusionismo, quería saber si podrías ayudarme o al menos, darme unas pinceladas.
No se trata de un trabajo realmente extenso, apenas son 5 páginas y escrito ya el epílogo quedan tres y media. Lo que necesitaría son algunos conceptos que yo pueda conocer para a partir de estos relacionar y demostrar que realmente existe una relación entre estos dos términos que tan alejados parecen encontrarse.
Gracias por tu comentario, Santiago. El término magia tiene dos acepciones muy diferentes. La primera de ellas es la que engloba el conjunto de “saberes” que pretende dominar la naturaleza por medios que superen las leyes físicas. Es a este al que entiendo que dedicas tu trabajo.
La segunda acepción es la que se refiere al arte de simular realizar efectos imposibles. Es decir, lo que realizamos quienes hacemos actuaciones de magia.
Son dos cuestiones muy diferentes. Por eso prefiero el término ilusionista para definir al artista que hace juegos de magia o de manos, y no el de mago. La historia que investigo y divulgo es pues la historia del ilusionismo. Es decir, una historia de los efectos “mágicos”, cuya explicación racional el mago conoce y oculta con objeto de que el espectador experimente la sensación de haber visto magia.
De la otra magia, por desgracia poco sé, salvo que haya influido directa o indirectamente en el ilusionismo, como precisamente ocurre con el vocablo “mago”, que aún hoy nos define ante el público.
No obstante, en el pasado hubo autores que hicieron un intento sincero, pero infructuoso, de relacionar la magia con la ciencia. Fue el caso de Apuleyo (“Apología”) o de los sacerdotes magui en la antigüedad, y de alquimistas y algunos eruditos en la Edad Media.